Las protestas de los residentes de medicina se diluyen entre la indiferencia y la frustración

Ciudad09 de noviembre de 2022 Por Ciudad
Menos de mil residentes y estudiantes de medicina marchan desde el Obelisco hasta el Ministerio de Salud de la Ciudad denunciando deficiencias laborales del sistema sanitario. Entre discursos de asamblea y manifestantes más concentrados en la ronda de mate que en atender las consignas de los organizadores, la convocatoria deja a algunos de sus participantes desmotivados y cansados.

Por: José Guzmán Moviglia

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Crédito: JGM.

Un par de alumnas de medicina se acercan al Obelisco con delantales colgando de sus mochilas Prüne, un termo de mate y unos carteles de protesta con la insignia "Médicos explotados". Tras atravesar el tránsito alrededor de la placita del monumento, ven que son las únicas personas con delantal y pósters de denuncia. "¿Dónde andan todos?", pregunta una de ellas por un audio de WhatsApp. "Nos venimos al café de la esquina", le responde su amiga con acento de San Isidro. Las jóvenes caminan un par de cuadras y finalmente se encuentran al resto de la convocatoria. Entre ellas se comentan: "Ah, pero no hay nadie."

Sobre la Avenida Corrientes y la calle Cerrito, entre cafés porteños tradicionales, grupos de turistas y hombres de traje corriendo para llegar a su oficina, estudiantes y residentes de medicina porteños están sentados a piernas de indios en una ronda escuchando a los líderes de la marcha en reclamo por la recomposición salarial y la integración laboral para los profesionales de la salud. Forzando la voz para que se le logré escuchar entre los bocinazos y ráfagas de viento, una de las líderes de la convocatoria les recuerda a su público de no más de mil manifestantes que ellos vienen a "repensar un sistema opresor". Nombra a los gremios, a los "agentes del estado" y la comodidad de los "viejos" como los enemigos de esta "lucha de jóvenes". "Venimos a cambiar un sistema de salud que hace años nos está explotando", intenta gritar aunque sus cuerdas vocales parecen haber agotado sus fuerzas. 

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Crédito: JGM

Pero mientras ella intenta motivar a una lucha unida, muchos en la ronda parecen estar más concentrados en sus charlas de susurro sobre el fin de semana o a qué boliche van a ir a la noche. Un joven, de pelo negro corto y uñas pintadas de arcoíris, le cuenta a sus amigas con delantal y minifalda sobre los viajes que tiene planeado para el verano. A pocos metros, dos chicas, también de delantal y portando carteles en el pecho con la inscripción "Lucha joven", intercambian opiniones sobre algunos outfits que vieron en Instagram. Un chico de uniforme de enfermero azul marino le comenta al oído a una muchacha a su lado mientras señala a la líder dando el discurso: "Alguien que la apure a esta mina".

Pasa otra de las dirigentes de la protesta, llamando a todos los presentes a difundir el evento en redes sociales para conseguir mayor convocatoria. "Chavón, pero no hay nadie", dice para sí un miembro de la audiencia mientras toma de su taza de café Starbucks y mastica sus sandwichitos de miga. Sale un muchacho rubio y alto de entre la ronda, y con voz baja y potente explica que es necesario el más grande de los compromisos para lograr el objetivo de esta manifestación. Pero justo cuando su tono se alzaba y parecía llegar a un crescendo de emoción épica, se escucha a alguien de la audiencia tirar un chiste que hace estallar de risa al resto del público. Desorientado y con una muñeca incómoda, el orador intenta cambiar el enfoque hacia detalles logísticos de la marcha, lo cual suscita algunos suspiros de cansancio de algunos chicos sentados.

"Yo banco el reclamo", cuenta una residente en musculosa gris al lado de su bicicleta. "Pero con tan poco compromiso y organización ya desde adentro, te dan ganas de rajarte." La joven de labios pintados de carmín y vestida con calzas deportivas continúa afirmando que ella se esperaba una convocatoria mayor y que ahora lo que queda es "dibujar algo de presencia".

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Crédito: JGM

Después de una hora de discursos, la ronda comienza a dispersarse hacia los quioscos y cafés cercanos. Un grupo de chicas, teñidas de rubio y con sus manos decoradas de anillos de oro y plata, dejan en el piso los enormes carteles de tela enumerando sus reclamos. Se sientan bajo las sombrillas de las mesas afuera de un restaurante y piden la carta. Mientras tanto, un chico de unos veinti largos con barba mal rasurada y delantal, agarra un micrófono y llama a sus compañeros a acercarse al Obelisco. Menos de diez acatan la consigna. Vuelve a hacerlo, ahora con un tono más enojado. Nadie responde. Incluso algunos oradores y líderes de la marcha parecen haberse distraído en otras cuestiones, como las elecciones del centro de estudiantes y los parciales de la semana. Vuelve a darse la orden de marchar hacia el Obelisco. Ahora sí un contingente un poco más grande atiende al mandato, aunque por lo menos la mitad de los manifestantes siguen sentados en ronditas y mesas tomando mate y comiendo galletitas.

Una vez en la placita del monumento, los líderes parece van de nuevo a dar las instrucciones de cómo será la marcha hasta que comienzan a pelear y discutir entre ellos. La muchedumbre de delantales blancos y uniformes de enfermeros azules se fragmenta en pequeños randas por distintas partes de la plaza. "¿Estás seguro que nadie más viene?", pregunta una chica con pintalabios de marca en mano a su amigo igualmente coqueta. "Ni idea, total después podemos ir a mi casa a tomar algo". 

Solo vendedores ambulantes de gaseosas frías y turistas sacándose fotos cerca del Obelisco parecen agregar a los números de la manifestación.

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