
La Noche de los Bares Notables celebra su cuarta edición
El evento celebra y destaca el valor cultural y el espíritu de los bares notables porteños, considerados parte del patrimonio histórico y cultural de la ciudad.
Desde su taller en Buenos Aires, Ferrari combina historia, técnica y creatividad para transmitir el fileteado, un arte nacido en la calle, y asegurar que su legado atraviesa generaciones frente a la modernidad y la globalización.
Cultura y espectáculos14/10/2025Por: Saraí Velásquez
El lápiz de Gustavo Ferrari roza la hoja con un murmullo casi imperceptible, un trazo que respira y se estira como un tango de Gardel. La luz del atardecer entra por la ventana del taller, atraviesa frascos de pintura y pinceles alineados, y dibuja sombras que bailan sobre las paredes. Afuera, la ciudad late: un colectivo pita y alguien discute en la esquina del subte A. Adentro, Buenos Aires se transforma en líneas, volutas y flores que se apilan sobre la libreta, donde cada trazo parece contener la memoria de la ciudad.
El fileteado es un estilo de pintura popular porteña que nació a principios del siglo XX en talleres y colectivos de la ciudad, combinando líneas curvas, volutas, letras ornamentales y colores vivos para decorar vidrieras, camiones y carteles. (Foto: SV)
“Mi primer día como aprendiz fue el 19 de diciembre de 2001”, dice Gustavo, sin apartar la mirada de la página. “Estaba con Alfredo Genovese, mi maestro, y no me enteré de nada del estallido social hasta llegar a casa. Mi vieja me retó: ‘¡¿Dónde estabas?! ¡Hay estado de sitio!’”, recuerda mientras dibuja un boceto en su libreta gris. Mientras el país se desmoronaba, él descubría el ancla de su futuro: el arte del fileteado, la identidad visual de Buenos Aires.
Creció en Almagro, cerca del Abasto, respirando la tradición porteña aunque nunca conoció el Mercado Central en su apogeo. Su primer recuerdo del fileteado fueron los murales de León Untroib en la estación Carlos Gardel. “Recuerdo ese primer fileteado como una revelación. Me llamaban los colores, pero no sabía que iba a hacer eso toda mi vida”, recuerda el artista.
Aunque el Fileteado se caracteriza por sus pigmentos, Ferrari experimentó y se salió de lo tradicional. “Siempre me gustó probar combinaciones distintas, pero al mismo tiempo, tengo un respeto profundo por los orígenes”, declara mientras dibuja una voluta negra sobre la página blanca. Él expresa: “Usar blanco y negro me conecta con mis primeros pasos, cuando dibujaba cómics, con tinta y lápiz, y aprendí a narrar con líneas”.
Cada trazo del fileteado cuenta una historia: desde frases que remiten al tango hasta motivos florales y geométricos, reflejando la identidad, la ironía y la tradición de Buenos Aires. (Foto: SV)
El taller poco a poco se convierte en un escenario de recuerdos: el galpón donde comenzó, el olor a pintura mezclado con el miedo y la adrenalina de aquel diciembre de 2001. “Aprender con Genovese era entender que cada línea tenía historia, cada voluta memoria”, comenta mientras dibuja un pétalo que parece moverse sólo.
Nina Ferrari, su esposa, aporta otra mirada: “Es porteño, muy argentino, aunque no toma mate”, dice mientras observa los bocetos. “Le gustan las tradiciones, las historias, todo alrededor de la ciudad. Habla con todos, comparte la historia detrás de cada edificio, cada comercio. Cuando pinta en la calle, no solo dibuja: conversa, enseña, transmite.”
Gustavo recuerda la feria de San Telmo, que lo vio vender sus primeras obras. Doce años de domingos entre turistas, tangueros y coleccionistas lo enseñaron a medir la paciencia y la estrategia. “Yo no quería quedarme ahí como destino. Tenía que laburar para no depender de la feria”, dice. Cultivó contactos con festivales de tango, diseñadores, letristas internacionales. En 2009, vendió suficientes obras en Estados Unidos para cubrir gran parte del pasaje: un salto, otra vez, hacia lo desconocido.
A diferencia de otros estilos decorativos, el fileteado es un arte vivo: se transmite de generación en generación, adaptándose a nuevas técnicas y soportes, pero conservando sus raíces callejeras y porteñas. (Foto: SV)
Su mirada también se dirige hacia la tradición que colecciona: los fileteados de los primeros grandes Carlos Carboni, León Untroib y Andres Vogliotti. “Cuando miro esas piezas, veo el hilo de nuestra historia. Me conecto con quienes abrieron el camino y trato de aprender de cada curva, de cada color”, conmemora con cariño.
“Lo que más me importa es la calle”, confiesa. Después agrega: “Pintar la vidriera de un bar histórico es lo que me mantiene vivo. Ahí, el arte respira en la ciudad, en la cotidianidad del porteño. No en un museo, sino en su vida diaria.”
Juan Franco Sola, su ayudante, suma: “Gustavo no solo enseña a pintar. Enseña a escuchar la ciudad, a traducirla en líneas y colores. Eso es lo que hace que el fileteado siga vivo.”
Él dibuja con precisión: letras que se estiran como acordes de bandoneón, volutas que recuerdan al humo de los cafés de barrio. “El fileteado se sostiene por unos pocos, por quienes nos reunimos y enseñamos. Si no cuidamos eso, se pierde. Y no es solo un arte: es parte de la identidad de la ciudad. Lo que hacemos no es sólo decorar, es resistir”, afirma el dibujante.
Nina Ferrari recuerda el momento en que lo conoció. “Estaba en Rusia, cansada de la oficina y buscaba algo artístico. Lo vi y entendí que se podía vivir del arte sin perder la pasión. Eso nos unió. Gustavo me mostró que es posible transformar un hobby en vida.”
Y ahora, en el taller, observa a sus hijos dibujar sus primeros fileteados. Ferrari reflexiona: “Cuando los veo sosteniendo un lápiz y haciendo sus volutas, siento una certeza. Sé que va a pasar a otra generación. Que no se perderá.”
El taller late con la ciudad. Los aromas, los ruidos, la luz que cambia con el paso de las horas. Gustavo habla de colaboraciones con marcas internacionales, afiches para óperas, exposiciones en Tokio, Sidney, Río de Janeiro, París. Pero insiste: lo que lo mantiene conectado con la ciudad son los pequeños detalles, el murmullo de la gente, el reflejo de Buenos Aires en cada esquina.
El ayudante vuelve a intervenir: “Lo que uno aprende con él no está en un libro. Es ver, escuchar y sentir la ciudad. Eso es lo que hace único a Gustavo. Por eso sus alumnos se enamoran del oficio y del archivo viviente que es Buenos Aires.”
La libreta de Gustavo se llena de memoria: colectivos, camiones con frases de tango, bares de esquina que llevan décadas en pie. Cada voluta es resistencia, cada curva es identidad, cada color es memoria.
Se detiene un instante y mira el boceto terminado. “Mientras haya quienes enseñen y quienes aprendan, el fileteado seguirá existiendo”, dice. “Ese es mi compromiso: que la ciudad siga viva en cada línea”, concluye.
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